Él alza los ojos
y ve arriba un equilibrio temeroso,
hay arneses, tubos que se ensamblan
para burlar el vértigo y tensar la cuerda
sobre la que avanza el hacedor,
los brazos extendidos a modo de alas,
no hay un pensamiento compensatorio
para el mal de altura pero el aire llega en su auxilio,
la gota de sudor cae tan despacio
que hace dudar del mecanismo inhibidor
de la gravedad que el albañil lleva colgado
en su canana de trabajo y que suele usar en horas libres
para sobrevolar los prados armado de una pértiga
y una punta de lápiz para tomar apuntes.
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