Fue en el treinta y siete, en un verano
en el que no llegaron segadores hasta el mar del trigo,
uno decía: qué será de estas criaturas
agujereadas por el hambre, en el campo sólo hay avena loca
y el coruscar de la cebada contra el sol,
se conformaban con mirar
el ronronear de los aviones, esos llevan el fuego dentro,
hacen arder el aire y la lana blanca del rebaño
se vuelve roja como fuego o sangre,
el intruso pinar, el robledal antiguo y los abedules
agrupaban su temor en torno al agua,
mientras el serbal usaba sus racimos rojos
para hacerse respetar por la metralla
que llovía del cielo.
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