domingo, 4 de junio de 2023

Difícilmente un pensamiento supersticioso con la luz bajará a la mina; a ella acuden las casandras, se asoman al brocal y escupen sus temores como si fueran profecías que nadie va a creer, pero funcionan como percheros para dejar colgado nuestro abrigo cuando acudimos al funeral de algún suicida

 




Asistí como monaguillo al funeral del atizador

no fue posible la ablución, su alma negra

hizo más pálido su cuerpo, pero nos familiarizó con el abismo

de las miradas visionarias, siempre me dieron miedo

aquellos ojos inmunes a la carbonilla, parecidos

a los que Goya imaginó para Saturno atormentado por el hambre,

la mina lo había puesto boca arriba sobre un tablón,

y lo sacaron a hombros sus oscuros compañeros

hechos de humo y picaza, derretidos en arroyos fríos de sudor,

como si fuera un mineral sin bautizar aunque no desconocido,

rojo no había nada, ni siquiera el pañuelo atado al cuello,

la sangre lo bordó alguna vez, pero ahora

había desertado, igual que el fuego que él debía conservar

o los aromas de pólvora que adornaban su imagen primitiva,

el cura habló de bocas: las plañideras de los ángeles,

las desestibadas de la mina sin higiene dental,

las del mal decir blasfemo y las definitivas

que podrían abrirse a nuestros pies con escalones

                                               de bajada al infierno,

luego selló la caja con el humo trenzado del incienso,

la aspergeó de latines y dejó que se la llevaran

al lado sur, al corner reservado a los suicidas

al otro lado de la tapia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario