Él quiso convertirse en dios
y construyó los días de cristal y las noches de azabache,
todos con forma de campana,
a mediodía golpeaba con un hueso la boca trasparente
para disfrutar de su sonido,
por la noche
dejaba abierta la ventana y el verano anidaba en las estanterías
como si fuera un abalorio de cerámica oscura,
un obsecuente búho de colección, sumiso al orden
que todo lo valora por tamaño,
pero seguía siendo humano,
por eso, cuando algo se rompía bajaba de su olimpo
y con humildad de recadero se acercaba a la tienda
a buscar un sustituto con que reparar el calendario,
de esa forma caos y cosmos seguían conviviendo
envueltos en burbujas,
a la espera de un nuevo apocalipsis de moderada intensidad.
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