Mira, aún te quiero,
tengo puesto en ti el puntero de la observación,
los ojos hablan de eternidad pasada,
tanto que he perdido el sentido de la melancolía,
y aunque te siento ahí, en forma de excitante prohibición,
ya no palpita Eurídice a mi espalda,
ahora miro el cielo en estos charcos que la lluvia deja
y me oriento por la persistencia de un recuerdo pelusón,
ingrávido y voluble que habita en el subsuelo de los pensamientos,
cerca de las gradas del anfiteatro que Virgilio y Dante recorrieron
en busca del intérprete adecuado
para poner en marcha esta comedia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario