Debía completar el recorrido antes de las diez,
era verano, traspasado apenas el solsticio,
arriba, entre las hojas, suspendían su aroma
los ramilletes de la acacia, la gota de ambrosía
salmodiada por millares de insectos, pero él ya conocía
la vigilante astucia de las espinas, pura quitina vegetal
manejando cuchillos o aguijones
con la eficacia de un enjambre,
pensó: en el agua sería menos doloroso,
una sangre neutral colaborando con el veneno
y el olor a nardo confundido con lo anestésico del aire,
sin darse cuenta se vio citando unos hexámetros de Homero,
versos así podrían reconducir la situación
hacia el estado previo al advenimiento de la luz
cuando las sombras aún no son capaces
de distinguir entre dolor y la emoción premonitoria.
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