Una secuencia
que va del despertar de un día de junio
hasta la meta horizontal de más allá del monte,
primero ves el sol a punto de deshacerse de neblinas,
porque en las nubes hay perseverancia,
luego los ojos se entretienen con el brillo de alpaca
que festonea los cubiertos dispuestos en la mesa,
se inmola el alma del café sobre la asepsia de la loza y se dispone
un discreto bagaje de optimismo antes de pisar la calle,
la creación burlándose de ti en el marco
emancipado de un paisaje doliente aunque no dolorido,
el aire trae coplas de cuervo con harapos de un lenguaje
que se estrenó hace milenios, un racimo
de flores diminutas, algas de tierra dicen por aquí,
y el abandono terapéutico a la sombra de un tejo inaugural
que exhibe una nudosa memoria de elefante.
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