Estableció su casa en el invierno,
dejó un dolor creciendo en el costado sur
en una gran maceta resguardada del frío,
por las mañanas se acercaba al bar
contando las brillantes lascas de la plaza,
doscientos pasos como huellas del fugaz verano
y humo de chimenea para diseminar los pensamientos
que la soledad hacía crecer,
buscaba el sol y con él alcanzaba la dovela central
del mediodía,
una pestaña entre las páginas del libro que está leyendo,
con él duerme la siesta y se somete a la terapia
de la trasparencia,
lo líquido, lo informe, tan cercano a la médula
como el temor al crecimiento de lo que cultiva en la maceta.
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