Para paliar los daños
de una adolescencia agudizada
me regalaron en cumpleaños un separador de edad,
creo haberlo usado bien pues sigo vivo
tras haber registrado mil patentes
de resistencia al envés frío de las hojas de otoño,
no hay manzanas de sabor, ni brillos de oro
para premiar a la deidad más bella
ni la savia agridulce de la sabiduría,
pero quedan los ojos con la piedad de sus telarañas
para endulzar las asperezas del esparto final
y su rasposo apocalipsis.
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