Cuento las patas
de la gran oruga del viaducto, leo
su réplica en el agua, una página
sin escribir, callada y alta como un águila
que se eleva en las térmicas del aire,
se huele el ardor blanco de la cal, su ph de alquimia,
antes había muchos caleros por aquí,
la piedra horneada se inflaba como un pan
y se hacía nieve entre las manos
usada como alivio contra los sabañones,
pintábamos los zócalos de blanco endulzado con azulete
y luego
nos sentábamos a ver pasar los animales
como sombras calientes escapadas
de una película del oeste.
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