Le sorprendió la noche
en el puesto de ojeo, vino a visitarle
un olor dulzón a lobo, el hirsutismo luchador
de la comadreja y los llantos
de niño asilvestrado del gran gato montés.
rayos de luna desplegados como un diseño de Bernini,
más abajo el búho, entre los robles,
y en el costado el gangoso canturreo del corazón
como avanzando con caligrafía desigual
una profecía sin diagnóstico.
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