Sólo cuatro piedras libres
entre tanta madera, plinto para que repose el hórreo,
como un mar que arropa con amor a alguna barca
que ha de navegar hasta alcanzar olas más altas,
amoríos de cereal, coronas de panochas de oro
o el sacrificial esfuerzo de la sangre de los pimientos rojos,
la patria antigua del ratón queda tan lejos
como el humo de Troya y la leyenda se ha instalado ahí
con levadura de dialecto de masa madre,
con grandes agujeros de fermentación por donde asoma
la mirada asombrada de los niños.
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