Los hilos viejos del corazón,
adustos como carreteras de montaña,
es de noche y Penélope traduce las entrañas
olvidadizas del tapiz, diez años ya de aquella
oscuridad estrecha cuando todo
sonaba a despedida y el dolor dolía sin doler,
no había daño aún, pero en el paño blanco
crecía el sobresalto de una gotita roja,
pequeña y áspera como una flor de pimpinela,
no sé,
no hay adjetivos para cultivar esos aromas
que recuerdan la tierra, los arcanos
donde la raíz se vuelve arteria, pero ahora
quisiera estar de vuelta, con el hocico de Argos
hurgando la entrepierna.
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