Se sabe que es así,
la calavera muestra su neutralidad,
parece sonreír ante la inflación del tiempo,
con claros síntomas de esa enfermedad
que los estetas llaman vanitas y siempre viene envuelta
en collares de perlas, azucenas de estuco y abundancia
de cornucopia manierista: todo esto será tuyo, dicen,
todo,
como si todo fuera el gran final que nada sabe del principio,
salvo ese escuálido gusano revestido de ceremonial
y las señales inequívocas de la penitencia
en las tibias cruzadas que demuestran
la inutilidad de las apuestas.
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