Nací con esa
debilidad divina de la ceguera,
y camino por el borde doméstico de lo conocido,
respiro el aire recortado a tijera por un niño arúspice,
aire bronco por fuera aunque de azucarado corazón,
reconozco por el sonido las monedas
que me dan a la puerta del mercado para desayunar,
la voz urgente de alguien que no desprende estela,
los ácimos saludos, la distancia
que salvaguarda del contagio, los hexámetros
rimados por el rap incómodo de un homero
vestido de amarillo, la voz, el trueno, los mensajes
de una radio promocional, traduzco con las yemas
el vacío encriptado del más allá
y me deben mirar como a un leproso.
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