miércoles, 31 de enero de 2024

Lo más duro del invierno no es el frío ni el barro en los caminos o la indiferencia de la nieve borrando los paisajes, lo peor del invierno es la pereza, varios meses con los pies cansados, usando ropa enemistada que ni siquiera da calor, consultando a las llamas de la chimenea lo que la niebla nos impide ver; y todo porque el refugio se ha ido llenando de agujeros y nuestra intimidad ahora consiste en alejar lo más posible la intemperie

 




Subí al monte,

miré con simpatía la madriguera de los zorros,

me llamaban con la acidez de su ladrido,

sube, me decían, sube solo, sin escopeta y sin merienda,

apenas tu conciencia de animal, el miedo a lo distinto

tal vez nuble tus ojos pero te traerán derecho

las veredas de olor y los sonidos del instinto,

comeremos juntos a la sombra de un roble,

el arte de vivir es eso que discurre entre las hojas

y parece brisa pero no lo es,

nosotros lo sabemos, dos sombras confundidas

en la sombra de un roble, cada una dudando de la otra,

rozándose a distancia por medio de la brisa,

la mirada sutil de las antenas del bigote

midiendo cada poro, cada vendaval del pensamiento,

inusual recompensa, pero al final de la estasis 

alguien preguntará: quién anda por ahí, 

y una voz con escozor de aljibe

hará que desistamos de este encuentro.

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