Igual que aves marinas volamos al encuentro
de un peñasco escrito con guano blanco y escarificaciones
de fiebre tropical, en él aguardan
como una enfermedad en pausa todos los sueños
de los antepasados, unos ojos abiertos,
las valvas de un marisco intemporal,
el pelo blanco de los dioses del mar y algas moradas
que mantienen su temperatura estable todo el año,
un corazón con sangre de verdad y el arrastre
asordinado de las olas que recuerda el fluir de las nereidas,
qué roca era su frente, desde qué refugio nos llegará su voz,
sus días evaporados como niebla a qué desierto llegarán
transformados en lluvia,
su cuerpo entero debería estar ahí, visible con la bajamar,
abierto a especulaciones visionarias.
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