miércoles, 17 de enero de 2024

Hemos llegado hasta el refugio, la pared vertical se hunde en la entraña del acantilado, con acompañamiento de sonidos familiares: las olas, las gaviotas, los murciélagos que salen como un eco cuando retiramos los ramajes de la entrada y usamos la palabra como si fuera un documento de propiedad

 



Qué es eso que me dices de las goteras,

también los cielos rasos lloran, se quejan

de la humedad que adopta nombres 

de ampulosos océanos, dibuja estrellas perezosas

y nos obliga a respirar oxígenos cansados,

la casa está muy cerca de la ruina, 

se le oye respirar y esos crujidos se parecen

al rumor de las olas cuando arrastran su lejanía hasta la playa, 

siéntate aquí, usemos este reducto de la noche 

para captar respiraciones, volvamos al regazo

inmemorial de la caverna, la humedad en el techo,

las paredes con la ilusión rupestre de un rebaño

de plácidos rumiantes dándonos calor,

algo en qué pensar mientras nos llega el sueño 

y se remansa la impaciencia.

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