Podrás comer tan sólo
la manzana pintada, dijo la voz,
Eva se acercó al arroyo y construyó un pincel con juncos,
luego regresó al gran árbol
donde hacía guardia la serpiente,
ya no había manzanas, pero en el aire
aún permanecía el olor perfumado de una ciencia
que apostaba por la utilidad más que por la teología,
rompió el pincel y con espinas se construyó una aguja,
no para coser con ella un artificio con que ocultar su desnudez,
sino para pinchar la piel de los arcángeles
y comprobar si en su interior había sangre,
luego traspasó la verja sin mirar atrás.
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