Cualquier isla,
una roca emergente, un arrecife
comprometedor que te condena a un regreso lento
y esa navegación que sabe a yodo y alimenta
siglos de resignación y desconfianza,
por eso tú navegas amarrado al mástil
y ves las focas capturando arenques
no sirenas cantando tus hazañas,
lees en el reflejo del mar quieto
la renovada antigüedad de la leyenda
y acabarás abandonando a la vestal
que dejó en la orilla junto al peplo su vaporosa castidad,
sin nada narrativo que haga alusión a ti,
tan sólo con el rizo de la interrogación,
(unos hexámetros
que Homero rescató de entre la espuma
creyendo que eran trozos de cerámica).
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