Viven ahí
adosados unos a otros como sacados de una fórmula,
se les oye respirar con ese ruido que los cardos hacen
al ser rozados por el viento, visten todos igual
y a veces se confunden con las hierbas
que amenizan el borde del camino,
nunca aprenderé los nombres de cada uno de ellos,
podrían ser nombrados como números, o no estar señalados
con una identidad postiza como la que otorgan los registros,
en sus ojos se repite el tono gris del plomo hirviente
capaz de producir la quemadura que deja el hierro de la propiedad,
no encuentro la manera de comunicar con ellos
pero me ronda una pregunta:
¿de qué color será su dueño?
Zona B:
Podéis abandonar cualquier esfuerzo por convencernos: vosotros no formáis un pueblo, sois el invento de un imperio con enfermedad en la conciencia; ser judío puede coincidir con una fe, no con una nacionalidad y menos aún con una etnia. O ¿acaso no habéis llegado desde países diferentes?
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