Detrás de ti sólo el tornado
de las hojas doradas del otoño,
se ve en el aire tu oxidado perfil de polvo y fango,
el remolino vertical de un alma que no encuentra
cobijo para su estupor,
es sólo una voluntad erguida
que aspira a perforar los techos azulados de la noche
para que asomen las estrellas,
que no falte esa elemental coreografía,
luego, sí,
todos sabemos en qué termina todo, los anuncios
en el televisor, las horas ciegas de una realidad
sobrevolada por el tornado de oro y una música
de tan elevada toxicidad que puede
dejar en coma lo que queda sin contaminar de tu cerebro,
tú procura volar alto, más alto incluso que el tornado
y cuanto todo pase
párate a mirar la destrucción, el místico arrebato
que te hace avanzar sin que los pies apenas
lleguen a rozar el suelo.
Zona B:
Que el gran verdugo se haga leer una reciente historia y considere que podría repetirse el él lo que en ella se narra: otro verdugo disfrazado al que unos ángeles de hierro secuestraron de su refugio austral para juzgarlo a plena luz y con su nombre.
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