En la asolada ermita
rescatada de su servidumbre medieval
reinaba un solo rayo de sol, entraba por el ajimez del este
igual que las golondrinas anidadas bajo el escalón de la cornisa,
un oro impropio de aspecto mendicante
perduraba a tramos en el nimbo del fondo,
y unas formas atormentadas por la fiebre del románico
palidecían sobre la cal del muro,
con su diestra alzada el pantocrátor de proporción apocalíptica
impartía una cruz sobre las sombras, sus ojos eran dos antorchas
de fuego oscuro dibujadas sobre carne rosa, inapropiada
para la majestad terrible del misterio,
todo ello suspendido del azul hipnótico de un cielo
donde las estrellas tiritaban lo mismo que las manos del pintor,
tal vez un campesino que quiso proponerle al Génesis
la versión dolorida de la creación del mundo.
Zona B:
Tal vez un día, de continuar así las cosas, cualquier paloma identificará al halcón con Israel, ese gobierno déspota que lava con sangre de inocentes la culpa colectiva que nos imponen las creencias.
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