Algo me trae de vuelta al suelo arenoso de la marisma,
acaso sea el sabor a piedra de un marisco
del que ni sé su nombre, o puede que la memoria lo confunda
con un guisote aderezado con mucho pimentón,
caracoles de huerta y berberechos cocinados por un un fraile menor
en la costa cantábrica, hacia el cincuenta y tantos,
decía él: en toda tierra tiene que haber sal, un poco de arena
y un filón de estiércol sobre el que pueda calentarse
el alma helada de los caracoles,
ellos se lo pagarán sacando al aire la calígine que vive en el subsuelo
como un castigo por el llanto de Perséfone,
también lo afirma el tacto de los dedos
holgadamente campesinos antes de aprender a manejarse
con las cucharas de madera,
las que remueven el fervor sobre las cacerolas
como si fueran manos rezadoras
dando gracias a dios por el copioso refectorio.
Zona B:
La hipocresía de Israel se escandaliza de que un cadáver, que posiblemente sea consecuencia de los bombardeos, no sea el de la persona que se cita. Un error comprensible y reparable. Muchos miles de cadáveres después los palestinos siguen preguntándose por la identidad de cada uno de sus paisanos masacrados.
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