sábado, 22 de febrero de 2025

No lejos de allí la cueva descubierta no hacía mucho con figuras rojas de bisontes, ciervos y caballos, con el relieve apoyado en el tizón o aupado en un abultamiento de la roca, una yegua preñada o una cierva con crías ramoneando en la pared vacía, y el miedo estilizado con cintura de arquero y ademán de cazador, armando el griterío que deberían levantar los perros todavía sin domesticar

 




Algo me trae de vuelta al suelo arenoso de la marisma, 

acaso sea el sabor a piedra de un marisco

del que ni sé su nombre, o puede que la memoria lo confunda

con un guisote aderezado con mucho pimentón,

caracoles de huerta y berberechos cocinados por un un fraile menor

en la costa cantábrica, hacia el cincuenta y tantos,

decía él: en toda tierra tiene que haber sal, un poco de arena 

y un filón de estiércol sobre el que pueda calentarse

el alma helada de los caracoles, 

ellos se lo pagarán sacando al aire la calígine que vive en el subsuelo

como un castigo por el llanto de Perséfone,

también lo afirma el tacto de los dedos

holgadamente campesinos antes de aprender a manejarse 

con las cucharas de madera,

las que remueven el fervor sobre las cacerolas

como si fueran manos rezadoras

dando gracias a dios por el copioso refectorio.



Zona B:

La hipocresía de Israel se escandaliza de que un cadáver, que posiblemente sea consecuencia de los bombardeos, no sea el de la persona que se cita.  Un error comprensible y reparable. Muchos miles de cadáveres después los palestinos siguen preguntándose por la identidad de cada uno de sus paisanos masacrados.

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