Cuando el dedo señaló al agricultor
con un signo en la frente las columnas
de humo de los sacrificios renegaron de la luz
y se arrastraron por la tierra en busca de semillas,
los pájaros se hicieron solidarios
y respetaron las espigas encontradas
con grano impar, las puertas
del recaudador del templo se quedaron vacías
aunque sus jambas habían sido embadurnadas
con sebo de carnero, al atardecer
nadie encendió sus lámparas y algunos
derramaron en la tierra los aceites
destinados a la luz, conformándose
con los aromas que exhalaba
la boca negra del candil vacío.
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