En esa acrópolis
que el tiempo ya olvidó pervive
un sonido de palabras que podrían
no haber llegado a pronunciarse nunca,
las fauces de la esfinge esperan el cansancio
del adivinador de enigmas, dice
con la mirada y con el movimiento
sincronizado de la cola:
qué te queda por decir y emprende
con precipitación una carrera
hacia el estertor del precipicio
donde las dudas ponen
un mullido cojín a la arriesgada
determinación de los suicidas.
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