Sobrevenido el apagón permanezco aquí dentro, enterrado en la quietud que pesa sobre mis ojos, la oscuridad parcial me obliga a bizquear tras el misterio de los objetos que siguen insinuándose a la escasa luz que llega por la ventana, entonces nada sobresale, se equilibran los niveles y la nada parece triunfar sobre el desorden unificando los relieves.
Estamos solos la soledad y yo y suplimos lo circunstancial con la aplicación de un igual rasero para que todo parezca mensurable, aunque no tengamos intención de contar con ello como material a inventariar.
A este silencio gregoriano con que el vacío se hace oír debemos acaso los hallazgos más incuestionables: en el fondo somos todos tan parecidos que apenas por el nombre podemos distinguirnos.
La puerta tras la que nos encontramos podría ser tapiada y nadie nos echaría en falta en el patio cuando ya la luz nocturna no sea necesaria para cerrar la rutina del recuento matinal.
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