He observado que los viernes
baja la niebla a comulgar,
espera a que las campanas cumplimenten
el penúltimo toque para colarse inadvertida
entre el mermado corpus
de viudas o casadas con el luto del tiempo,
ella, la niebla, viene contagiada
de la brujería bárbara de antaño
por lo que decide redimirse
pasando por la celosía del confesionario,
-no caben por ella los pecados de la negación
y a menudo quedan atrapadas
algunas runas del ritual blasfemo
en la cendal de sus cuadrículas-,
alguien con visión de gato
podrá ver cómo bulle el gusanal del aquelarre
tratando de invocar al dios oscuro
antes de que la espada del perdón
parta en dos la conjunción del mal y alumbre
como un amanecer enfermo las entrañas
perfumadas por el olor a azufre.
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