Ya sé, amigo cuervo,
que siempre te esforzabas
por aprender a recitar e iluminarte
en nuestra engañosa luz, las voces
biensonantes te costaban más que las oscuras
y tenías facilidad para el rumor del haiku
con un toque final de carraspeo,
parecías
el alumno aplicado al que el maestro
siempre coloca contra la pared,
frente al reflejo acusador de la cal blanca
donde, a pesar de todo, tus plumas destacaban.
No hay comentarios:
Publicar un comentario