No sé qué fiesta se adornaba
con escarapelas como aquellas,
iban de lado a lado y enmarcaban
la miserable luz de las farolas,
pero cuando las campanas empezaron a sonar
todo el pueblo se lanzó a la calle
llenándose de barro los zapatos,
al mismo tiempo que se oía
la explosión de petardos inocentes
que ni a los perros asustaban,
después en la terraza del bar
se comentaba con pena en la mirada
el poco impulso de la imaginación
para subirnos a la carroza de la fiesta.
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