Ahí la acacia, tan altiva,
a la vez tensa y flexible,
con sus flores de aroma anochecido,
siempre pensando en las sabanas de África
donde el estrabismo de las cebras
utiliza su código de barras
para hacerse invisible,
fíjate en las ramas, un temblor,
optando decididamente
por la media luna de las vainas,
su maternidad marrón, tan problemática,
renunciando
al color selecto de su inflorescencia
y al sabor a postre de sus flores.
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