Nada se sabía de ellos,
o al menos yo nada sabía
de aquel piquete disfrazado
de indecisión guiada que atendía al reclamo
de una oscuridad labrada a golpe de azadón,
era la noche la que prolongaba
la estiba inversa de las galerías
a las que se vaciaban las entrañas
de material inerte para que en ellas
cuajara el queso negro de la angustia,
sus caras se alumbraban con una lámpara de gas
fijada al cráneo con arnés,
por eso aquellas marcas de palidez
cuando al regresar a sus hogares
se despojaban del dolor y lo dejaban
en el fondo de una palangana.
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