Por las mañanas
antes del trotecillo entre sabugos
para llegar tarde a la escuela
íbamos a darle el desayuno
al águila real que, siendo un pollo,
habíamos robado de su nido,
con las plumas remeras recortadas
y el anillo de la cautividad en una pata
batía las alas poderosas respondiendo
al silbido solar de sus hermanas
libres en el aire, no obligadas
al sacrificio de la escuela.
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