En el papel sólo ponía luz,
nunca diamante, ni cristal,
no parecía que su brillo
llegara de tan lejos, sangre de dios,
apenas el salario de un esclavo
con la leyenda amenazando a los que esperaban más,
afuera nadie
llegaba a ver la luz, era de noche y las estrellas
-tan familiares- se reían del miedo de los niños
llevándose el índice a los labios,
que no lloren más, y que no miren
ese color rubí como de sangre,
de gran sudor o de salario insuficiente,
que se duerman y sueñen en el plumón
fingidamente protector de los arcángeles.
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