Así, yo mismo
me abandoné a la ensoñación
creyendo compartirla con un montón de hermanos,
yo era el tejón que amaba la libertad
muy por encima de su jardín de hierbas forrajeras,
me dejaba vestir por una luz binaria
en tiras paralelas, blanco y negro,
como las historias que ocultaba el obsesivo
silencio del corral donde guardaba
los juguetes soñados,
él llegaba de lejos, precedido
por un silbido largo
que recordaba el habla de una isla,
el singular hermano de las confidencias
con que aliviar la costra de la soledad,
aunque luego quedaran en un discreto roce
contra la piel inerte de las vacas.
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