miércoles, 18 de mayo de 2022

En los pacederos de Valcarque

 


                    (En Casasuertes, un motril)


Descubrí en el aire bravío de Valcarque

los cristales de cal iluminando

el careo mejor para que el sabio pastor isidoriano

apacentara sus merinas

en la umbría románica del techo,

cayados como cetros cortados de la ulmaria

que marca los arroyos, el silbato menudo del motril

robando melodías al mirlo y al zorzal,

las hayas blancas de dolor y sombra

improvisando un húmedo sestil

donde dormita el ruido del cencerro

y vigila con amor la ortiga blanca

contra el envite de los tábanos, 

la transcripción mozárabe del aullido del lobo

subiendo como un humo 

de zarza en combustión perenne

contra el venteo del mastín, las horas

pasmadas en el aire donde confluyen todos

los rituales paganos de la mesta

en un armónico dolor y en una

gozosa alegoría de la vida.



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