Que no regrese aquella voz
que sobrevolaba siempre a la feligresía
desde un púlpito feroz
con llamas dibujadas en el faldón
igual que un sanbenito
que trata de esconder su escatología
en la inocencia del color mostaza,
permanece la maldición
hurgando con el bíblico varal
en las brasas de la miseria cotidiana,
aún lo veo
con la terrible precisión de las estampas de Durero,
muerto de amor, ungido de gusanos,
con los huesos mondos de los muertos antiguos
y un oxidado crucifijo entre las uñas
que no han dejado de crecer.
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