Fuimos a bañarnos
a la tabla de Valdemallada,
en el agua quieta
se reflejaba el terciopelo de las espadañas,
no había truchas ya y cangrejos
sólo quedaban los pequeños,
en el farallón sedimentario
revoloteaban las grajillas
y nos pareció un hallazgo
cuando el maestro señaló
con su aguijada de avellano
una cagada de oso
entre las arandaneras altas,
la emoción aún podía subir
como la fiebre en la escalera del termómetro.
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