Sigue el deseo
de volver a asomarse
al paisaje vacío, darle vida
con los ojos cuando descubres
una liebre corriendo entre la nieve,
la sangre vegetal de los acebos
adornando lo verde y el ala fría del halcón
bajando de las alturas grises para darle
muerte a una torcaz,
-la muerte no se da, se inflige,
oigo decir al aire- y se me queda
congelada la voz, el ademán, las ganas
de discutir con ese sabio
capaz de soportar sin inmutarse
las envestidas del invierno.
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