IV
ella sigue allí, muda e insomne
Antes
pensaba en ella, recurría
a placebos y a humos para hacerla
más visible o cercana, era todo
por el temor a verla muerta, de pie junto a la silla,
sola en el ángulo blanco de la cal
siempre esperando un hueco para irse,
como ocupando incómoda este lado
que no llegó a querer o tal vez quiso demasiado,
su mirada bendecida por las cataratas
le permitía verme con piedad, como algo
inocente a la vez que huraño, era
una lluvia suave que no llegaba ni a mojar,
tan sólo
me perfumaba con un soplo
morado de lavanda para perderse luego
en la parálisis con la que el domingo
embalsama las horas de la tarde,
nunca me permite oír su voz,
me da la espalda y de repente desaparece,
dejándome los ojos secos,
la garganta herida y amoratado el pensamiento,
como un manojo de amapolas
en un jarrón sin agua.
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