III
Solía regresar con una piel,
él había partido antes del alba
sangrando el cielo apenas por el este,
en el silencio gélido de enero
podía oírse el clic compacto, una y otra vez,
probando, de la escopeta y los sonoros
brillos de las hebillas de las botas,
en el morral llevaba grasa de animal, cartuchos
y una tela fina envolviendo queso y pan,
todo ello olía a muerte legendaria, narraciones
junto a las llamas de la lumbre
después de que la luz se desmayase
con su tristeza de mendigo, era
la hora del candil, el acre perfume del carburo
tan parecido al aguardiente de manzana de monte.
Aún se puede ver en el descansillo de la escalera
el mono azul vistiendo con crueldad vengativa
la derrota de aquella cosa grande
erguida sobre sus dos pies:
el raque, el oso, el lobisantro, el yeti
de nuestros miedos con mirada
de vidrio escudriñando
un incierto futuro.
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