Cuando la realidad se desclava de la tabla
el viento se la lleva lejos
y aunque regrese nunca vuelve a ser la misma,
a los niños
no les contaban las fábulas así,
por eso veían sólo castillos o espadañas,
nunca hogares verdes con el humo
saliendo por la chimenea como el vaho
de las respiraciones familiares,
eran lugares de silencio y las ventanas
daban siempre al muro sur
donde se ataba el burro y esperaba
el tiempo a que se alzara el sol,
demasiado toque de campana y poca música
civil para que el viento levantara
escaleras de polvo por las que alcanzar
un cielo tan difícil
como un golpe de gracia en la mandíbula,
aunque la realidad siempre acudía
a socorrer tu ensoñación con el recurso
al jarro de agua fría.
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