Qué puede haber
de más interés que el propio asombro,
ni siquiera hace falta
la complicidad de los espejos
para que surja en la mirada el escozor de la incertidumbre,
lejos
cualquier esfuerzo por entender tanta quietud,
algo
que viene del pasado y se conserva en frío entre las piedras,
bendito este silencio que arde
con llama pálida, cosido como piel a los contornos
de algo espiritual, sin nombre aún, eternamente
sin nombre para que lo mires
despacio y puedas
llamarlo como quieras, sin tener que dar explicaciones.
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