Ascendía el betún hasta tus manos
mientras ellas volaban ansiosas de crucifixión,
el negro amor de los abrazos
las llamaba con su voz de cuervo y las espinas
teñidas de carmín goteaban
sobre un reducido apostolado
entretenido en valorar los giros
entre el dolor filial y al pasmo
de una madre afligida,
a qué te recuerda todo esto,
contemplador escéptico de cuadros
de naturaleza redentora,
madera de reliquia, sí, y polvo
de carcoma bendecido por el perfume de la fe,
las manos
adornadas con clavos permanecen
durante siglos apoyadas en la tabla del pan,
ellas no lo amasan ni lo parten,
simplemente lo bendicen para que el hambre siga ahí.
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