I
Yo entiendo ese rumor
como el lenguaje amigo de los insectos
y aguanto bien el peso de los bloques de silencio
con que las horas altas se defienden
de los ataques del calor,
estoy debajo
del manzano viejo que mi padre plantó siendo muy joven,
allí acudía él a refrescarse durante las pausas del verano,
luego en los otoños, él y el árbol
se hablaban en silencio, uno con la regadera de metal,
el otro con la promesa de colmarle
la tapa de la panera grande, en ella las manzanas
se reían con pudor, como las mozas sorprendidas
en conversación, tapándose los labios con la mano,
así es como me ayudan ellos a caminar por el desierto
que los urbanitas vemos en el confín de la ciudad.
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