Un cielo de dril, tan áspero
como la carcasa de diciembre,
viene el sol muy bajo casi rozando las heridas
y el recuerdo de la sangre que regresa
te hace despertar, te duele
hasta el sonido de los pájaros
cuando buscan migajas en la nieve,
luego, cuando en la torre suene
el toque de las doce, saldrá gente a la calle
y el barro volverá a salir
lo mismo que las ranas ralentizadas en el hielo,
ya nada
de esa sensación templada podrá invocarse
como lenitivo
para una soledad inabarcable.
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