Arriba está la ruina,
en la curva del río, no muy lejos del rumor de la cascada,
las sombras largas pespuntean el destello frugal de la arenisca
cuando el sol llega horizontal,
son las tardes acaso con su piar de pájaros
las horas más propicias para la contemplación,
estás de pie, casi iniciando
la plegaria invisible de la escalinata
frente a la vieja arcada de la longevidad,
y piensas:
los años vienen y se van, sólo las piedras
dispersas permanecen
como si fueran huesos que reclaman
la misericordia inútil del recuerdo.
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