Una escena natural:
sentarse en alto a mirar cómo la mañana escala cimas,
se deshace de sombras y corona como tú los cerros altos
en busca de una vaga recompensa, acaso un gesto cómplice del sol,
-por cierto nada generoso-
barriendo con su luz el territorio y dejando el papel de la mañana
reducido a unas horas de penumbra y bostezo hasta que llega él
y derrama el oro falso que conocemos como mediodía,
o algo no tan natural:
que el sol nos vea como formando parte de él,
y que nuestro lugar sea visible por lo que nosotros aportamos
más que por lo que él aporta,
los días son así, deudores de una usura tan mezquina
que ni a sí misma se ayuda, pero llegará la noche
y todo volverá a no ser o a ser la nada
que hierve y crece, lo mismo que la espuma.
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