A la ladera oeste -tan azul- del alto del Tildar
la gente llega en automóvil embotada de curvas
y se despereza
antes de iniciar el repecho que sube a Fontelín,
(la chispita de vida que amamanta al río Calas
y que goza de un poder adelgazante para humanos),
allí se expande el aire liberado
del dosel de las hayas y se escucha al urogallo
haciendo clac, clac desde la entraña de un aljibe,
las vacas llegan al pozal de más abajo
y beben sin pasión el cielo negro contaminado por la sombra,
al llegar a la fuente
siempre sale un pegaso con las alas plegadas de entre las hayas
moviendo la cabeza con un gesto de afirmación dubitativa,
reclamando el manojo de rustica acedera
que la tradición ha establecido como pago
por la invasión de sus dominios.
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