Arde el sol en los sarmientos helados de las vides,
cuando amanece suele ocurrir ese milagro
de la luminosidad confabulada con el frío,
una incandescencia bajo cero boquiabierta de púas,
bruñida en mármol por Bernini con excesiva erudición,
se sabe poco de los éxtasis y a veces
los confundimos con braceos para sobrevivir en la riada,
vienen turbias las aguas, -es invierno aún-, y su color rojizo
habla de intimidades e interiores a los que nunca llega el bisturí
burlado por las habilidades del tumor, se sabe aún menos
de la ascética dura de las jornadas de vigilia, y nos dejamos
llevar como la espuma hacia los remansos de la soledad
donde fermentarán los zumos de ebriedades futuras.
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